Lo terca lo heredé de mi madre, de mi abuela, de mi abuelo, de mis tías, y de la bisabuela que no conocí. Me cuesta llorar en público. Hoy por la tarde, todos se llovieron, cada uno botó los mocos que le pesaban. Yo no. Pensé en las flores, en lo que pasa ahí debajo, en lo blanco y lo negro de los funerales. Recordé que la primera vez que estuve en uno, tenía casi tres años y jugaba en una tumba mientras la gente lloraba y se lamentaba, hasta que mi madre gritó desesperada "¡papá!" como si le hubieran sacado un pedazo de los ojos.
Cuando una es la mayor, muchos aspectos de la vida se van poniendo mayores.
Pero tenía pena, y en resumidas cuentas, nadie se dio cuenta porque quizás desde detrás de los lentes oscuros no se ve bien el fondo de alguien y menos de alguien como yo. Tenía que pensar en cualquier cosa para no seguir deseando estar ahí al lado de él en ese ataúd. La gente se acercó, pero cualquier abrazo podía arruinar lo que tanto me había costado sostener.
Cuando nos fuimos, seguí caminando sola. Miré durante un rato a una paloma, pero voló, y empecé a comprender que era simple: se aterriza, y luego se vuelve a partir. No sabía bien si los muertos volaban para arriba o para abajo, pero sí tuve la impresión de que se reunían con alguna paloma, quizás no blanca -porque no me trago esa estupidez de las blancas palomas y el alma y toda esa huevada- pero algo así. Ya estaba casí convencida de que todo estaba bien, y que todo estaba en su sitio, pero al seguir caminando llegué a la esquina y por ahí pasaba un hombre alto, un poco encorvado, de la mano con una señora mayor. El hombre hablaba como si hubiese tenido cinco años, pero tenía como treinta. En verdad tenía como tres. Era el conocido retrasado mental de la población donde vivían mis abuelos, el que se paraba en la carretera para hacerle "chao" a los camiones con su mano grande y media descontrolada. De pronto me vió, y señaló con su índice hacia mí. "La Juana, la Juana... la tía Juana", dijo. Y se puso tan contento que me abrazó de pronto. Lo abracé. Me hizo cariño en el pelo, y seguía diciéndome "Juana", con su voz bajita, como si me hubiera encontrado después de mucho tiempo. La señora que lo acompañaba le dijo que tenía que despedirse de mí porque yo iba saliendo, pensé que no me querría soltar, entonces se separó y me preguntó "¿los camiones?", y me tomó la mano, y me dio un beso en la mejilla. "Chao" me dijo. "Chao", le dije. Y se fue diciéndole a la señora "la tía Juana" con su voz de idiota. Tierna.
No alcancé a pedirle disculpas por los mocos que dejé en su camisa ni tampoco a darle las gracias. A veces los camiones pasan tan rápido que uno no alcanza, y se van.
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Hace 2 años.
2 comentarios:
No te conviertas en el tipico grupo musical que dice que se va a separar y termina sacando otro disco. Lei lo que escribiste pero no entendi nada; es que ando con la menstruacion masculina.
Saludos.
Los muertos siempre vuelan para donde ellos quieran. Casi siempre al fondo del abismo inventado. A la humedad, al silencio de las telarañas, al atrapamiento natural.
Lo importante, creo yo, es encontrarse, no sé si con esas palomas, sino con nada.
Ellos deciden las palomas.
Saludos.
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